Ellos, nuestros maestros

Ellos, nuestros maestros

Este artículo es un tanto personal y emotivo, pues lo voy a dedicar a hablar SOLO de los niños, de todo lo bueno que nos transmiten y enseñan, porque no sólo estamos en esta profesión para ayudarles o enseñarles, sino que ellos se convierten en nuestros mejores maestros.

¿Qué nos transmiten ellos? Siempre hablamos en nuestros artículos de lo que podríamos enseñarles, de lo que deberían aprender según edades o según cada caso, pautas o consejos para casa y los papás y las mamás, o de cómo nos sentimos como profesionales, pero en este artículo hablaremos de lo que ellos son capaces de hacernos sentir y lo que nos transmiten.

Tenemos varios lemas en nuestro gabinete, pero yo quiero resaltar hoy dos: “Cada niño es un mundo, y cada mundo es un universo” y el otro que quiero resaltar es que “Todos somos diferentes. No trabajamos en base a unas etiquetas”. De aquí también nuestro nombre Diversitas que significa diversidad en latín. Y si me lo permiten, voy a hablar de la gran oportunidad que se me dio hace casi tres años de trabajar en este gabinete, del que estoy muy orgullosa. Un gabinete que tiene por nombre “Diversitas”, donde bien indica que todos somos diferentes y que apostamos por la diversidad, y además con una sonrisa de oreja a oreja porque amamos el proyecto donde nos hemos sumergido: nuestro trabajo. Un gabinete en el que queremos cada día aprender más y más, y para ello, siempre estamos leyendo, buscando alternativas, innovando…

Y sin más rodeos, me paso a hablar de lo que nos importa en este artículo: ellos, nuestros maestros, y cuando hablo de maestros, me atrevo a decir maestros de nuestra profesión y de la vida. Por un lado nos enseñan que la vida no debe ser tan complicada, que debemos ver las cosas más simples, lo que nos lleva a pensar y reflexionar que la vida es una, que no volveremos a vivirla igual, y que por eso hay que disfrutar cada momento y etapa. Por otro lado, también nos enseñan que las frustraciones y enfados a veces hacen falta para enfrentar nuevas etapas, y para sacar alguna enseñanza que te hace no volver a repetirla en un futuro. Eso sí, el enfado no debe durarnos mucho tiempo, para no perder nuestro tiempo de juego y diversión, y disfrutar.

Ahora bien, yo considero que como mejor se entienden las cosas es con experiencias, así que, me he decidido a contarles algunas anécdotas como ejemplos de lo que quiero transmitirles en este artículo:

A) Un día normal de colegio, en el recreo, estaba comiendo con algunas niñas de 1º de Primaria, y una de ellas suelta una frase que nos dicen mucho nuestras abuelas: “la comida no se tira, hay que comerse todo que los niños en África pasan mucha  hambre y no tienen qué comer”, y otra me pide explicaciones diciendo: “Karen eso yo nunca lo he entendido, si no tienen comida, ¿por qué nos la comemos toda, y no se la damos a ellos?”. Me pareció fascinante como una niña de seis años me hacía esa pregunta y reflexionaba sobre ello. En este caso, para mí, nos enseña el valor de la solidaridad y empatía desde otro punto.

B) En una clase de primaria, comienzo a hacer un dibujo para uno de mis niños con TEA para poder estructurarle lo que ocurriría posteriormente. Había otros dos niños sentados a mi alrededor observando cómo lo hacía. Yo misma, comento al finalizarlo que parecía no tener mucho sentido aquel dibujo, que me había salido mal. Sin embargo, los niños me miraron con una sonrisa y me dijeron: “No Karen, está muy bien, yo lo entiendo. Fíjate en esta mano y en la camisa, la dibujaste muy bien. A este muñeco deberías hacerle más pelo solo”. En este caso, me dieron una lección para centrarme en lo positivo, que no todo sale mal, que, mirándolo de otra forma, podemos centrarnos en lo que está bien, y lo que está mal podemos arreglarlo, pero no tirar todo por “la borda” porque solo haya un detalle que no salga bien. Yo iba a tirar mi dibujo y volver a realizar otro. Al final, arreglamos entre los tres el dibujo y salió espectacular incluso añadiendo colores.

C) En una de mis sesiones, una de mis niñas con TEA, tras meses y meses de intervención, me miró fijamente durante un minuto, buscando incluso jugar con mi cara. En ese momento pedía que se paralizara el tiempo. La ilusión con la que yo salía a la sala de espera para contarle a su mamá lo que había ocurrido no puedo describirla. En esta ocasión me enseñó cómo debemos valorar los pequeños detalles, tenerlos en cuenta y cómo algo, que en el día a día podemos considerar tan sencillo, a mí me resultó lo más increíble, haciéndome muy feliz.
“A veces, solo se trata de mirar diferente”

 

Karen García Salazar (Psicopedagoga)

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